Un sueño que me tuvo I

Pestañas de soñadora ya descansaban sobre un par de ojeras moradas. Había comenzado un nuevo falso espectáculo para nuestra protagonista, y de repente todo se había tornado oscuro para ella.
 En su insostenible desesperación, Julieta intentó desasirse de una soga que había aparecido súbitamente aprehendiéndola a lo desconocido. Sus esfuerzos fueron en vano. Mejillas humedecidas. Una soga indestructible. Intentó mirar hacia atrás por su derecha. No pudo voltear el rostro para saber qué era lo que se encontraba detrás de su espalda, que no la dejaba escaparse, la mantenía atada. Un débil gemido se escapó de sus labios. Lo intentó nuevamente hacia la izquierda. Nada. Entonces recordó que sus manos estaban libres, y con todas sus fuerzas tomó el nudo de la soga, pretendiendo desatarlo. Pero sus manos temblorosas no le obedecieron y sólo lo anudaron más fuerte alrededor de su pequeña  cintura. Julieta, Julieta; no llores. ¿No ves que no es más que un nuevo falso espectáculo?
La desolada escena mostraba un establo y  ella en su entrada, inconsolable. Obscuridad detrás que la atormentaba, campo abierto a su alrededor que la aguardaba.  Se oían caballos despotricando, pero no se veían. Se vio incapaz de resistir un segundo más el sometimiento, aquella soga que la ataba a su mayor temor: la oscuridad, lo desconocido.
Dejaría de respirar, para acabar con este agobiante espectáculo que DEBÍA finalizar. Tomó aire decidida, con toda la fuerza de sus pulmones, dispuesta a retenerlo cuanto fuera suficiente. Comenzó a contar elefantes;  “un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña, como veían que resistía fueron a buscar a otro elefante; dos elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que resistían fueron a buscar a otro elefante; tres elefantes se balanceaban.”. Descansó las pestañas sobre sus mejillas, cerrando los ojos ya sin esa sombra que los enmarcaba. Lista para que una muerte imposible la despertara.
Algunos segundos antes de contar el sexto elefante, un niño sin sombra surgió con manos de paz blancas, cabello dorado y rizado, ojos de miel y voz armoniosa y melódica. Se atrevió a caminar hacia Julieta, y con la parsimonia propia sólo de un ángel desarmó el nudo que la ataba a su pasado, y la liberó con un gesto imperturbable en el rostro.
 Mientras Julieta veía a esta mansa figura proceder, su espíritu se llenaba de euforia. Sintió que la soga ya no hacía presión sobre su estómago. La sintió caer, débil, inútil, sin sentido. No dio media vuelta ni miró hacia atrás. Podría haber volteado, pero simplemente optó por no hacerlo. Estiró los brazos y sintió que su muerte forzada era ahora innecesaria. Que los caballos ya no despotricaban, que se entibiaban sus mejillas con el sol del campo, que secaba sus lágrimas. Que ya tenía el alma llena.
Junto al ángel desatador, otro niño con sombra derramaba lágrimas.  Lo vio triste y desesperanzado frente a ella, cuya nueva parsimonia la hizo una libre desatadora sin sombra. Fue sin vacilar hasta él, riendo a más no poder. Pero él no quiso ser liberado. “¿Para qué ser libre?”
Hoy los ángeles no desatan. Porque hoy nadie quiere desasirse.

Se cerraron las cortinas para dar fin a este nuevo falso espectáculo. Pestañas de soñadora despertaron sobre un par de ojeras moradas.

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