Besos desde el cielo


La lluvia se evapora esta mañana,
y su aliento me llena la boca mientras lo miro,
mi perfume le enreda el bosque del pelo 
y cruza su piel con la mía;
abundantes palabras de dos letras no significan nada
fuera de los suaves rincones que habitan
el sabor del fuego, la tensión de sus brazos,
 los pliegues de mis rodillas, y de las sábanas,
el instante de mi pausa que él ocupó toda

y cuatro manos de plumas
que con los roces se elevan
y quieren abarcar todo como garras
mientras el delirio
devora a la razón, desarmada, complacida.
Donde su cadera exista, estará la mía
y yendo y viniendo encima me latirá su corazón
galopando en el terreno tibio

de un pecho desnudo que no es el mío
porque lo obedece,
y es la línea de mi nuca el dominio
de unos labios que no son suyos
porque mi nombre los desata.

¿A dónde vamos sin querer llegar?

Los bordes de nuestros dientes
se lanzan, gruñen y se dejan;
por los bordes de sus dedos me caigo y me suspendo
y en los bordes del abismo
de sus hombros como puentes
me veo sólo en el castaño de sus ojos profundos.

Respiro su gemido que hace eco en mi voz,
atisbo su lengua, cierro los ojos
para que la gravedad
aún exista

y, cuando al besarlo desde el cielo
es él más que nunca,
la lluvia se evapora esta mañana.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El monstruo

Quedarme