Soy el pasado de un fuego azul
I.
Adiós
a la joven del té de rosas, al vestido de seda y los tobillos, a la sonrisa
impermeable, las muñecas de cristal. Me susurra en sueños, esculpida en piedra,
la diosa de perfume que se sigue y persuade, con estrellas bajo los ojos.
Tropezar es impensado. Cuando llora sólo se nota por sus gotas diamantinas.
Disculpa y olvida. Sabe y no lo dice.
II.
Calla
su boca y las palabras la entienden, y callan sus manos, y se sienten adoradas.
El sol, en sus ojos, en cada hilo de su cabello, en sus livianos pies descalzos.
Cuando sueña, la blanca e inmortal lo hace apenas sonriendo, y sus labios se
separan para exhalar un suspiro: es los pájaros liberados en un amanecer
reflejado en sus mejillas. Escaleras infinitas atraviesan las nubes y sólo las
usan los ángeles.
III.
Con mil
narcisos jamás, jamás, la alcanzo.
Con los
pájaros refugiados durante la noche de tormenta jamás, jamás la alcanzo.
Con un
bosque espeso sin senderos, jamás, jamás la alcanzo.
Con
flores silvestres y helechos húmedos que han quedado de mi belleza jamás, jamás
la alcanzo.
IV.
Soy
el pasado de un fuego azul, pero he sido el beso rojo en la servilleta, las
pestañas, el roce que no se quiso. Fui deseo y lamento siempre, la
contradicción, yo, y soy la imponente, la que se alza dando sombra a lo que ya
no brilla en mí. Mis pies pisan fuerte incluso dormidos.
V.
El
instante del relámpago es lo que dura lo que soy, y nunca olvido. Las palabras
con sus alas azules escapan cuando mi vehemencia. Me hacen esclava de su peso,
y como cristal soy, transparente, pero no me rompo.
Me
prepararon para una guerra que se parece a mí. Intransigente y desbocada, me
oculto en mi escondite arbolado y pienso en la joven del té de rosas, dejando
mi alma, pidiéndole perdón.
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