Aire dorado

Dialoga con su boca. Escruta su mente. Acomoda su pelo como la osadía en su rostro, que lo dispone a bailar un tango, con la compostura del que huele los halagos e ignora el crujir del rechazo.
Cubre todo de oro, volviéndolo todo más pesado. Se asegura de que quede intacta su lágrima del tamaño de una estrella aún en el borde del ojo, para ver cómo ella se retracta, cruzando las garras sobre el pecho, donde su corazón de bestia retumba.

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