La lluvia

En mi mundo se cree que la lluvia proviene de la risa de la tierra, pues la lluvia en lugar de caer asciende hacia el cielo: cuando la tierra ríe, siempre termina llorando. Si bien ésta es sólo una versión del millón que me han contado, conocer la razón de tanta agua ascendiendo acá no tiene tanta importancia como la tiene el disfrutarla. Cuando la primera gota emerge, el primero en sentirla bajo sus pies se dirige a toda prisa hacia el árbol más alto, sube y lo anuncia con una canción. Es entonces cuando la naturaleza despierta y nos informa que una fiesta está por arrimarse.
He tenido la dicha de conocer otro mundo, donde la lluvia se desprende de las gotas de los árboles y cuando lo hace, toda la población se acerca hacia ellos brillando con su gracia, se arrodilla a sus pies y comienza una silenciosa ceremonia llena de armonía en donde la gente agradece no pasar sed. Es realmente maravilloso este último mundo que conocí. En él, uno de sus habitantes me comentó sobre un planeta muy lejano a los planetas vecinos, donde la lluvia cae del cielo y es considerada una molestia.
 Cuando comenzó su relato no pude evitar reírme, no le creía ni una palabra. Analizando su semblante serio como lo es el de su especie por naturaleza observé que no mentía. De hecho, descubrí más adelante que tampoco está en su naturaleza mentir, por lo cual me adentré en las palabras de Lunnæit, que cambiarían mi visión del universo para siempre.
 - “Eligen saber si va a llover previos días antes de la primera gota y, cuando lo saben, refunfuñan. Se comentan entre ellos que el día estará “feo”. Cuando el agua se avecina, las personas llevan varas con pequeños techos individuales que evitan que se mojen. Usan ropa también en los pies, impermeable cuando llueve, y no salen de sus casas.”
- “¿El agua los lastima?”- pregunté desconcertada.
- “No. Eligen mojarse en un gran recipiente de porcelana que se sitúa en una habitación pequeña dentro de sus casas, con un artefacto que despide lluvia artificial. Así es como se bañan. Además, cubrieron la tierra con cemento y llenaron su mundo de luces artificiales, porque les da miedo que alguien de su misma especie los lastime durante la noche.”

La sonrisa que permanecía en mi rostro constantemente, desapareció por primera vez en mi vida. Como a quien un delito lo avergüenza, incliné mi cabeza hacia abajo, avergonzada de una naturaleza ajena a la mía. Y como la lluvia en aquel planeta triste, mis lágrimas cayeron hasta tocar las puntas de mis pies blancos, sin siquiera rozar mis mejillas. En mi mundo, que alguien no lleve encima la sonrisa, que el llanto no provenga de felicidad, significa que un mal atroz lo domina. Sabiendo esto, Lunnæit agregó, impasible:
- “Que este saber sombrío no te contamine. He hablado con algunos de ellos, que disfrutan la lluvia a su manera, lo mejor que les es posible.”
Le pedí más con la mirada. Mi corazón se estaba ahogando en un agua negra y profunda que arrasaba con mis sensaciones y hacía que sintiera mi cuerpo como si fuera prestado. Pero el agua se ve negra durante la noche y, al salir el sol, éste demuestra su transparencia. De esta misma forma Lunnæit esclareció mi mirada.
- “Cuando la lluvia cae hay habitantes pequeños y nuevos en el planeta que se regocijan siempre ante su llegada. Algunas veces se los ve haciendo pequeños barcos de papel, que depositan suavemente sobre las corrientes de agua y ven navegar hasta que desaparecen a lo lejos. Otras, simplemente saltando sobre los charcos que se forman cuando el cemento de las calles está roto. Leí la mente de un hombre que gusta caminar y empaparse la ropa, aprovechando que las calles están desiertas, y sólo se oyen las gotas al explotar en el cemento.
Leí la de una joven mujer que gusta bailar cuando nadie la ve, abrazando la lluvia con cada vuelta. Y la de una anciana que saca sus macetas a la calle para que sus plantas crezcan más fuertes, alza la cabeza y sonríe al cielo nublado, recordando un día de lluvia en el que nació uno de sus nietos. Conocí dos seres unidos por una alianza de oro que eligieron pasar su vida juntos un día lluvioso, por haberse conocido uno de esos días, en las montañas”.
Mi sonrisa lo impulsó a seguir relatando y cuando entreabrió los labios para continuar, lo interrumpí con un pedido.
- “Quiero saber acerca del primer hombre al que leíste la mente. Quiero saber qué más le gusta de la lluvia que en su mundo cae y no asciende.”
Me miró con serenidad en la expresión, tan propia de su especie de miradas inmutables.
-      “A él la lluvia lo relaja y lo recarga a la vez. Le fascinan las luces que en el suelo mojado se ven como si fueran miles, no por su fría iluminación le fascinan, sino por su similitud con las estrellas. Pero lo que lo envuelve en la quietud y el sosiego, lo que lo encanta como el hechizo que renueva espíritus turbados y hace y deshace sensaciones implícitas, es su sonido.
Su ventana yace cerrada un día seco, pero abierta un día húmedo.
Y el aroma, también lo envuelve. Y digo esto porque él cierra los ojos, viajando en el tiempo a través de ese aroma especial que lo hace transportarse, reviviendo un momento específico, si no muchos más, del lado apacible de su infancia en el cual olía y oía, infranqueable, el aroma y sonido de la lluvia.

Y ese día que leí su mente, oí: “Lo que hoy me moja a mí, moja también la ciudad entera y eso, de cierta forma, nos une”. Y con esto me transportó a mí, sin saberlo, a un gran salón de aroma lluvioso donde pinturas y esculturas parecían observarnos, donde pude yo cerrar los ojos y sentir el agua golpear el techo de este lugar que era un taller, golpear contra los ventanales estruendosamente como si fuera la lluvia de mil mundos cubriendo el lugar con su perfume y su música. Así lo hacía en su taller, transmitiéndonos la quietud que dio pausa al tiempo, y lugar a nuestros más preciados pensamientos.”

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