Dos frutos del cielo

Como mora silvestre y endrina nacidas de un manzano
como la humildad que calla tras el espejo de la altiva
transformaron mis fases en mi alimento más sano
y de las fases del cielo me hicieron cautiva.

Hipnotismo sincero por la lunación, en sus miradas
como un malabarista que sin fijar los ojos en ningún lado
maniobra su corazón, su mente, su intuición y sus lanzadas,
son ellas frutos de la quietud, bendición de todo ser exasperado.

Si me fuera posible sostener sus palabras en mis manos
y sus resplandecientes intenciones de estrellas terrestres
en medio de un blanco y devoto delirio, con ellas no haría menos
que construirles una escalera a la luna a mis dos frutos silvestres.

Quien desconoce que el eclipse no es silencioso
no ha oído sus voces frente a mi aflicción o alegría
dulces en melodía, dos instrumentos en un sonido afectuoso
como interponiéndose y mezclándose por no verme sombría.

Como tres puntos nos ven hacia ningún lado gravitando
ajenas y alineadas en una sizigia fulgente,
sin embargo son ellas y ellas solas quienes respirando
a mis reliquias y monstruos supieron amar y hacer frente.

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