Distraídos

          Un rostro me mira, con la sonrisa discreta y el gesto tranquilo. Sus ojos café me duermen. Tiene un sabor particular, con el libro en medio, sabor a silencio, a tarta de manzana, a caricia que arrulla; lo tiene, a sentarse en piyama en la mesada y tomar un té. Imitando un domingo, sus pupilas cálidas se posan en mí, transparentes como mi ventana, una copa con agua, un vestido de gasa, mis emociones ansiosas. Entonces veo a través de esos ojos, y oigo el eco de las montañas y el eco de mi espíritu; el eco de ese libro, del arrullo, del invierno,  de las palabras pronunciadas ya muchas veces y del vuelo de una mariposa.
- ¿Qué?- pregunto, como si cada mirada requiriera una explicación.
- Nada, me distraes.
- Dale, seguime leyendo.
         El libro me reemplaza y quedo oyendo el sonido de su suave voz de oso y el de una pregunta que se sentó junto a mí a plantearme si el sabor a calma y el eco no provendrán de algún espacio desolado y ventoso de por ahí que sólo logra llenarse de ruido molesto, de canciones que, de tanto escucharlas, dejaron de significarme algo. En lugar de pensar una respuesta, poso mis pupilas en él. Ahora un rostro lo mira, con el ceño fruncido y la intención de volver a distraerlo.

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