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Mostrando entradas de junio, 2016

El monstruo

Le trae rosas, el monstruo que le agrada, que perturba y huele delicioso y dulcemente envilece lo precioso y sagrado de la caricia dorada. Se asegura de que quede intacta su lágrima del tamaño de una estrella aún en el borde del ojo, para ver cómo ella se compadece y se retracta. Cruzando las garras sobre el pecho donde su corazón inmenso desespera, promete encontrar la manera de tornar ameno lo que infausto ha hecho.

Últimamente, duermo

Últimamente, duermo para subir cientos de escaleras de mármol que me llevan a esta cúpula del cielo acristalada a cuyos pies el vuelo rasante de las golondrinas anuncian el inmediato diluvio que la rodea. Últimamente, duermo para que el esfuerzo de la subida me quite el aliento y me lo devuelva en la cima gris, que me encuentra seráfica y taciturna escapada, como las golondrinas, del invierno ajena y lluviosa ante alguna borrosa primavera. Últimamente, duermo cuando lo hostil no me alcanza y no alcanzo a quererlo, y me es exiguo el suelo y anhelo la altura, escondo mis pupilas y encuentro mi refugio de plata en la nublada cúpula que ampara mi sueño.

Dos frutos del cielo

Como mora silvestre y endrina nacidas de un manzano como la humildad que calla tras el espejo de la altiva transformaron mis fases en mi alimento más sano y de las fases del cielo me hicieron cautiva. Hipnotismo sincero por la lunación, en sus miradas como un malabarista que sin fijar los ojos en ningún lado maniobra su corazón, su mente, su intuición y sus lanzadas, son ellas frutos de la quietud, bendición de todo ser exasperado. Si me fuera posible sostener sus palabras en mis manos y sus resplandecientes intenciones de estrellas terrestres en medio de un blanco y devoto delirio, con ellas no haría menos que construirles una escalera a la luna a mis dos frutos silvestres. Quien desconoce que el eclipse no es silencioso no ha oído sus voces frente a mi aflicción o alegría dulces en melodía, dos instrumentos en un sonido afectuoso como interponiéndose y mezclándose por no verme sombría. Como tres puntos nos ven hacia ningún lado gravitando aj...

Corazón al galope

Siendo salvaje y manso caballo se piensa caballero su corazón galopante, sincero late todo lo que sin él no hallo. Las aguas de Tigre contienen sus ojos sonrientes, de tierra que ponen un manto sobre la guerra protegiendo todo lo que a su lado peligre. Reflejando su fuerza y la de su voluntad pletórico de vida es su movimiento y, cuidadoso de cada pensamiento, da y clama todo con tierna seriedad.

Dos amapolas en una botella

Dos amapolas color fuego dentro de una botella de cerveza vacía sobre la mesa del comedor son todo cuanto lo separa de mí. Todo eso que hace de él un cedro confundido en medio del Bosque de Arrayanes me tomó de la mano, y ahora todo cuanto lo separa de mí sentados en las sillas del comedor son dos amapolas color fuego dentro de una vieja botella de vidrio.

Los ojos ciegos y las mentiras

Los ojos de Berta no solían ser ojos perdidos, blancos. Tanta mentira la dejó ciega, pues hay una cantidad de mentiras que el cuerpo puede soportar hasta que se te caen las orejas, se te pone rancio el corazón o quedás ciego como Berta. Su tía Rosa le dijo que conoció a un vecino que nunca pudo dejar de hablar, ahora habla sin pausas… para evitar tanta mentira será. La mentira te enferma. Los médicos de Berta nos aseguraron que había quedado con los vidrios empañados por la angustia que le causaba ver a alguien mentirle a los ojos. Ahora está sentada en el banquito de una plaza, el frío se convierte en escalofríos cuando se acerca una brisita de éstas de invierno, y ella sacude un poco los hombros. Le aconsejaron muchas veces que estuviera en la casa, a esa edad tomar frío no es recomendable; no recuerdo cuántos años tiene Bertita, pero serán ya unos setenta. No es vieja, no, y las arruguitas la hacen lucir aún más bella que cuando andaba por sus treinta; pero lo más lindo que la ...

Ese día hizo frío

Ese día hizo frío hubo nieve hubo viento salió humo de su aliento pues los miró con aspereza y con toda ligereza les congeló las expresiones.

Nuestras rarezas

Como ballenas que de un salto cayendo desde lo alto, perturban el mar en una ola ficticia fue y no fue esta caricia como aquellas imponentes, de los labios de nuestros años confidentes. Me había preguntado qué si un día nublado camináramos enredando las manos, sólo por la dicha de sentirnos cercanos refugiarnos los dedos en nuestra amistad y así lo hicieran su suelo y el mío bajo una tempestad; pero nuestras rarezas vieron el mar en este mundo alterno, y, provocando un oleaje bravo y tierno fueron la ballena que un día se sumergió en cada palabra mía para besarse sin besarse.

No la llames

No la llames indulgente que perdonó sólo lo que olvidó y lo que no olvidó es ahora transparente. Que sin quererlo, te dio y lo que te dio queriendo lo resiente. No la llames inocente si optó por dejar mudas tus palabras y oír floridas de otra gente. Si tu criterio obsoleto tu criterio delincuente la derribó como a un objeto a tus ojos, complaciente. No la llames simplemente, que un volcán ha estado creciendo sobre ese horror adolescente y lo que tiene hoy de guerrera lo tuviste de serpiente.

Alrededor

Alrededor de tus ojos dormidos, un cielo de lunares que quieren ser míos quieren lunar, en sueños, mis lugares. Desaparece todo donde lo hace tu aliento me pierde y perfuma laberinto de pinos. Donde no llega este viento el resto se esfuma.

Creamos

Creamos que todo lo que creamos cree quien lo crea crea quien lo cree es titiritero inmortal de nuestra percepción.

Distraídos

          Un rostro me mira, con la sonrisa discreta y el gesto tranquilo. Sus ojos café me duermen. Tiene un sabor particular, con el libro en medio, sabor a silencio, a tarta de manzana, a caricia que arrulla; lo tiene, a sentarse en piyama en la mesada y tomar un té. Imitando un domingo, sus pupilas cálidas se posan en mí, transparentes como mi ventana, una copa con agua, un vestido de gasa, mis emociones ansiosas. Entonces veo a través de esos ojos, y oigo el eco de las montañas y el eco de mi espíritu; el eco de ese libro, del arrullo, del invierno,  de las palabras pronunciadas ya muchas veces y del vuelo de una mariposa. - ¿Qué?- pregunto, como si cada mirada requiriera una explicación. - Nada, me distraes. - Dale, seguime leyendo.          El libro me reemplaza y quedo oyendo el sonido de su suave voz de oso y el de una pregunta que se sentó junto a mí a plantearme si el sabor a calma y el eco no provendrán de algún e...