Glorieta
Depositando en un cuello, su aliento
por tan sólo ese momento,
y los siguientes, en que sonaba en un rincón
el vehemente bandoneón,
sintiéndose pequeña, como el universo,
como el poder de un
verso,
se dejaba llevar
vaya uno a saber a qué lugar;
sumisa, sin recelo,
arrastrando el suelo.
Durante un tango, en la glorieta
se desvanecía su silueta.