Café abandonado y frío
Una princesa
india parecía achinando los ojos. Se rió y me regañó mansamente al darle una
flor que acomodó detrás de su oreja y delante de su sedoso pelo castaño, ese rincón
sensible, que al tocarlo jamás se ruboriza, como lo hacen sus mejillas y las
mías. Sabía que su boca indulgente quería ser mi refugio, mi humilde hogar, pero
es, en verdad, un palacio, y amo recorrerlo. Como le gusta jugar, como un cachorro de
pantera, dejé que me envolviera de fascinación y soltura, calidez y entusiasmo.
Dejé que me diera un beso con olor a
jazmín cariñoso y breve en los labios, y luego otro intenso y eterno
cuyo aroma no pude apreciar por estar mis sentidos inmersos en la confusión de
estar besando a una mujer. Una de las más dulces, llena de gracia y belleza.
Perceptiva y suave como es, puso
distancia entre su rostro y el mío. Una distancia corta pero dolorosa, como
duele estar tomando un café en la parsimonia de la mañana y darse cuenta de que
es tarde, de que hay que abandonarlo para que quede enfriándose sobre la mesada
de la cocina. Como duele estar disfrutando de algo que no se quiere dejar.
- - ¿Estás
bien?- y se rió inocentemente de mi expresión aturdida- ¿Qué te pareció?- Le brilló la mirada, a la espera de una respuesta, ilusionada, ansiosa.
Entonces
inclinó la cabeza un poco a la derecha, con el ceño fruncido, confundida como
lo hubiera estado yo en su misma situación. Nuestros dedos al parecer estaban
enredados en un nudo amable y desconocido, novedoso, delicado, firme y sutil; y
lo noté cuando ella lo desenredó para inclinarse, pensativa, y quedar en cuclillas para tomar la flor que se
había escapado de aquel sagrado rincón y yacía en el suelo, justo frente a la
puerta de mi departamento. Me dirigió una mirada desde allí, a la altura de mi
ombligo. Me estremecí y luego me dejé llevar por la sensación. Volvió a su
postura y me entregó el jazmín. Lo devolví a su sitio ideal y volvimos a
besarnos.
Vivía ella
en una zona alejada, y le quedaba un largo trecho hasta su casa.
- - ¿Querés
quedarte? Está cayendo la noche y hace frío; si querés, volvés a tu casa mañana,
cuando sea de día.
Respondió
con un “sí” tan radiante que por un momento dejó de ser de noche. Pasamos las
horas juntas, que comenzaron con dos tazas de café y una conversación como las
que solíamos tener, espontánea y llena de palabras amigas.
Me pregunto
qué hubiera pasado si ella no hubiera tenido que mudarse tan lejos. Me pregunto si ella se acordará de aquella primera vez de la misma
forma en que yo lo hago. A veces viene a visitar. Pasa unas semanas en Argentina
y luego vuelve a irse, y cuando se va… renace la sensación del primer día, la
que recuerda al aroma del café abandonado y frío.