Café abandonado y frío
Una princesa india parecía achinando los ojos. Se rió y me regañó mansamente al darle una flor que acomodó detrás de su oreja y delante de su sedoso pelo castaño, ese rincón sensible, que al tocarlo jamás se ruboriza, como lo hacen sus mejillas y las mías. Sabía que su boca indulgente quería ser mi refugio, mi humilde hogar, pero es, en verdad, un palacio, y amo recorrerlo. Como le gusta jugar, como un cachorro de pantera, dejé que me envolviera de fascinación y soltura, calidez y entusiasmo. Dejé que me diera un beso con olor a jazmín cariñoso y breve en los labios, y luego otro intenso y eterno cuyo aroma no pude apreciar por estar mis sentidos inmersos en la confusión de estar besando a una mujer. Una de las más dulces, llena de gracia y belleza. Perceptiva y suave como es, puso distancia entre su rostro y el mío. Una distancia cor...