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Mostrando entradas de febrero, 2017

Café abandonado y frío

               Una princesa india parecía achinando los ojos. Se rió y me regañó mansamente al darle una flor que acomodó detrás de su oreja y delante de su sedoso pelo castaño, ese rincón sensible, que al tocarlo jamás se ruboriza, como lo hacen sus mejillas y las mías. Sabía que su boca indulgente quería ser mi refugio, mi humilde hogar, pero es, en verdad, un palacio, y amo recorrerlo. Como le gusta jugar, como un cachorro de pantera, dejé que me envolviera de fascinación y soltura, calidez y entusiasmo. Dejé que me diera un beso con olor a  jazmín cariñoso y breve en los labios, y luego otro intenso y eterno cuyo aroma no pude apreciar por estar mis sentidos inmersos en la confusión de estar besando a una mujer. Una de las más dulces, llena de gracia y belleza.                 Perceptiva y suave como es, puso distancia entre su rostro y el mío. Una distancia cor...
                Sí que te escucho.                 El lunes 20 de Febrero del año pasado, esperaban el tren en la estación de Lourdes, un alguien y vos, entre el cemento ardiente, y el sol fulgente de ese verano que pasaba, intercambiando gestos hastiados cada tanto por el calor que los oprimía y los volvía pegajosos. Recuerdo que me dijiste haberlo abrazado de todas formas durante algunos segundos, haber sentido cómo tu blusa colorada se alzaba un poco por el viento que acarreó el tren al llegar, y haberlo soltado luego, algo arrepentida. No había calor, dijiste, que les pudiera haber arrebatado el buen humor; no había frío, gesto, demora, postura política, religiosa, nada que pudiera contra los preciosos ojos dorados que te amaban, o contra tus ojos como perlas negras que lo amaban a él.                 A este alguien no le gust...

Lidia se va

     La panza de la pequeña Lidia se inflaba y desinflaba con desesperante velocidad, reteniendo y soltando las ganas angustiosas de rogar a su abuela que esperara, que le diera unos días, que no cerrara la puerta, que el diente se caería solo, o que podría sacárselo el tío Elías de alguna forma. -                                 -  “Ese diente molesta a los demás, y se puede infectar, por eso hay que sacarlo, chiquita. Esta es la forma más rápida. El ratón Pérez va a estar contento, te va a dejar moneditas para comprar las golosinas”.                 La tensión que impulsaba su rostro un poco más adelantado que el cuerpo hacia la dirección de la puerta –que causaba el hilo, atado a su diente como una piedrita blanca- le daba un miedo que apenas podía contener y que bloqueaba, incluso, la ruta de sus lágrima...

Contraria

Si me amara, no me enamoraría. Si me mirara, me volvería invisible; si me escuchara, quedaría muda; si me tocara, me atravesaría; si me abrazara, me encogería. Que cuente conmigo, así me ausento; que no me ofrezca, pues todo me hace falta; que quiera una caricia mía, que no tengo manos; que sienta mi aroma, para que mi perfume perezca; que espere mi cariño, pues no lo conozco. Me haría confiable si él desconfiara de mí, mas no confiaría si él fuera confiable; gritaría sobre su voz, que cante, que grite con fuerza, y cantaría yo por lo bajo. Que siga así, acá, que no existo que exista, que no sigo así, ni acá.

Glorieta

Depositando en un cuello, su aliento por tan sólo ese momento, y los siguientes, en que sonaba en un rincón el vehemente bandoneón, sintiéndose pequeña, como el universo, como el poder de un verso, se dejaba llevar                      vaya uno a saber a qué lugar; sumisa, sin recelo, arrastrando el suelo. Durante un tango, en la glorieta se desvanecía su silueta.